Reseña de El verano sin hombres, de Siri Hustvedt
Por Daniela Bárcenas
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"¿Qué lees, Daniela?"
"¿Qué lees, Daniela?"
"Poco tiempo después de que él dijera la palabra pausa me volví loca y tuvieron que ingresarme"
Con esta frase da inicio El verano sin hombres, una historia de esas que me gusta decir que son sólo un instante en la vida. Se centra en la historia de Mía, que tras más de treinta años de relación con su esposo Boris, una mañana él decide que necesita una pausa en la relación, por lo que la protagonista debe ser internada en una institución psiquiátrica tras el impacto que le causó escuchar tal noticia. Al salir del hospital, Mía va a pasar un verano en su pueblo de origen en donde su mamá continúa viviendo, aunque ahora lo hace en un centro de ancianos en donde tiene su grupo de amigas “Las 5 cisnes”, mujeres independientes y felices con su estado de viejas divorciadas o viudas. Mía también inicia un proyecto personal dando clases de poesía a un grupo de niñas preadolescentes. Sumándolas a ellas junto con su vecina, se siente la energía exclusivamente femenina en cada página del libro. Un relato escrito por una mujer, sobre una mujer conviviendo con mujeres. ¿Casi un sueño, no les parece?
Hay algo divino, místico y sensual en la feminidad, la complicidad se convierte en algo palpable, así como también la empatía. Sin embargo, eso no implica que dentro de esta convergencia espiritual exista el feminismo. Podría ser muy odioso de mi parte considerar el libro como machista, incluso cuando planea ser lo contrario en palabras de la propia Siri. Aunque no lo considero del todo machista, tiene fragmentos y rasgos que me hacen dudar también de su carácter “feminista”. Sé que son fuertes declaraciones y por ello expondré mis razones a continuación.
Los planteamientos del libro son tan reales como estereotipados a un espectro de mujer que jamás pude (ni creo que pueda) llegar a mirar como una referencia. A lo largo de la narración Mía se cuestiona muchas cosas como "¿Por qué te fuiste si yo te cocinaba, te lavaba, te planchaba la ropa y además te amé como nadie te amará?" Sí, Mía, una escritora e intelectual galardonada, no se hacía estas preguntas con rencor, tampoco reevaluaba su conducta, ni pensaba que había sido tonta en comportarse de esa forma. Para ella, eran cosas que se daban por sentado, era su trabajo como esposa.
Me parece importante destacar que aquí no se viene a criticar las decisiones de los demás y muchísimo menos en la ficción, pero sí es verdad que los libros son una forma de aprendizaje. No hay nada más real para estar conscientes que el hecho de que una historia que se sienta cercana se vuelve, con el tiempo, en uno de los muchos aspectos que tomamos en cuenta al momento de decidir y actuar, puesto que se adhiere a nuestro mapa mental de lo que hemos conocido. Las palabras tienen poder y las historias están hechas de las mismas. La influencia motivacional que tienen las historias ha servido para inspirar a miles de millones de personas, desde enfermos hasta guerreros, a gran y pequeña escala, es por esto que se me hace pertinente denunciar, de cierta forma, que aunque este sea sólo un relato y sea ficción, existen otras formas y está permitido el cuestionar y no empatizar con personajes de libros que buscan ser feministas, pero aún no están allí del todo.
No me parece relevante, a su vez, que en la segunda década del siglo XXI sigan existiendo novelas con debates tan fuera de lugar como si el hombre es más inteligente que la mujer (o viceversa), cosa que se plasma repetidas veces a lo largo de la historia. Muchos comentan que lo más posible es que la novela presente muchas pinceladas autobiográficas y, dentro de estas referencias a sus propios sentimientos y vivencias, ella plantea cómo a lo largo de su vida y de su carrera ha sido la sombra artística detrás de su esposo, Paul Auster o Boris, pero está tranquila con eso.
Me saca un poco de quicio cómo presentan románticamente a un estereotipo de hombre apático, también el hecho de que el personaje principal, entre risas, afirma que el sexo masculino es más torpe y todas esas tonterías que no vienen al caso e indirectamente justifican comportamientos machistas arraigados en la sociedad.
Sin embargo, siguiendo otro orden de ideas y, dejando de lado el punto de vista feminista, se puede decir que disfruté el libro, aunque en algún momento se me hizo tedioso. Mi enfoque favorito del mismo es que también va un poco sobre enfrentar la soledad, evaluando lo que ha sido el rol personal en la relación mientras existió y el ir tanto desempolvando, como trazando nuevas metas.
Más que un libro “feminista” o femenino, se trata de un libro humano que abarca planos importantes como la estabilidad emocional y la salud mental al momento de enfrentarse a situaciones que representan una piedra angular en el flujo de lo cotidiano.
Abarca temas como la superación personal y el enfrentarte a realidades que llevas tiempo posponiendo para lograr mirar a la cara a los fantasmas del pasado hasta darte cuenta de que no son tan espantosos y que, con el paso del tiempo y la acumulación de experiencias que te han hecho crecer como persona, es posible entender muchos porqués y hacer las paces con los recuerdos dolorosos de la juventud.
Otro de los temas que abarcó es el contacto tanto como con la vejez, tan cruda como pacífica, como con la juventud, tan llena de dramas y emociones que se van desvaneciendo con la repetición y la experiencia.
Se me hizo gracioso cómo se refería a la nueva pareja de su esposo como “La Pausa”, porque ni siquiera era capaz de mencionar su nombre. El verano sin hombres representó también un espacio de reencuentro personal en el que la protagonista traza un nuevo camino hacia el entendimiento propio, que por muchos años dejó en segundo plano por intentar cumplir con las expectativas (propias) de la vida en matrimonio y como madre.
Se pueden rescatar varias páginas y escritos muy buenos en el libro, pero hoy me despido con uno de mis favoritos y espero lo disfruten de la forma en la que yo lo hice:
"En 1559 Colón descubrió el clítoris (dulcedo amoris), me refiero a Renaldo Colón, que navegó hasta toparse con él en uno de los periplos anatómicos, aunque Gabriel Falopio le disputó el descubrimiento, insistiendo que había sido él quien divisó la colina con anterioridad. Permitidme que haga una analogía entre los dos Colón, Cristóbal y Renaldo. Sus hallazgos, separados por menos de cien años, el primero referido a una parte del mundo y el segundo referido a una parte del cuerpo, comparten una arrogancia desmedida que nos resulta familiar, la de ver las cosas desde la perspectiva jerárquica del varón. En el caso de América, el observador es un europeo. En el del clítoris es un hombre. Tanto las gentes que vivían en el 'Nuevo Mundo' desde hacía milenios como, me atrevo a decir, la mayoría de las mujeres se habrían quedado estupefactas ante tales 'descubrimientos'"