Feminismos decoloniales en la literatura: 'La mujer habitada' de Gioconda Belli

Por Cristina Rojo,
historiadora del arte y escritora,
autora del poemario DESPUÉS idea EL MURO
(Ediciones En Huida, 2020)
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Cristina Rojo.- Salamanca, 1994-; investiga con los feminismos en las artes y literatura contemporáneas, con especial interés en la dinámica de los cuerpos, sus presencias y maneras de habitar los espacios y la construcción y deconstrucción de la identidad y la experiencia de las mujeres. Confía en las redes de cuidados y autogestión y cree en la necesidad de descolonizar para alcanzar sociedades feministas

Resumen.- La necesidad de repensar la colonialidad del feminismo blanco viene de la mano del auge de los feminismos  latinoamericanos y sus necesidades y fuerzas. La mujer habitada, en forma de novela,  pone de manifiesto las vivencias concretas de las mujeres latinoamericanas, que difieren de los postulados clásicos del feminismo occidental. Gioconda Belli explicita las necesidades de las mujeres que no cumplen el canon de la clase media y las equipara con las de las mujeres indígenas, trabajando así en los fundamentos de un feminismo autóctono

Todo quedó en silencio cuando se marchó; no escuché sonidos de templo, movimiento de sacerdotes. Solo la mujer habita esta morada y su jardín. No tiene familia, ni señor y no es diosa porque teme: cerró puertas y candados antes de marcharse (1)

- Introducción.

La mujer habitada es aquella en la que nos recogemos todas. Aquella cuyo cuerpo no es solo un amasijo de miembros humanos sino una herramienta política de interacción para con un entorno de cuya hostilidad hay que defenderse, y protegerse también, un lugar propio que, para que no lo conviertan en ajeno, tiene que funcionar como arma de combate. Habitar como acontecimiento experiencial, como ejercicio de estancia y pertenencia al lugar (que no siempre es un espacio físico), habitar como acto de percepción interna y/o interior, de toma de tierra: habitar para echar raíces, habitar para ver los frutos.

1.- Las mujeres de Gioconda.

Hay algo místico en las protagonistas de las novelas de Gioconda Belli: enraizadas a la tierra, combativas, conocedoras de una tradición que las somete y, de manera introspectiva, vociferantes. Quiero decir: la alusión a la lucha que la mujer hace con –contra- sí misma y lo difícil que resulta empoderarse en una sociedad estructuralmente patriarcal son dos ejes sobre los que pivota el relato, en sus dimensiones más generales y también en las más concretas, en la literatura de Gioconda Belli.

Digo que son introspectivamente vociferantes porque gritándose a sí mismas nos están gritando a todas. Me gusta pensar que Gioconda alude a este grito polifónico, de espíritu comunal y colectivo, cuando compila sus poemas de reflexividad hacia su condición de mujer bajo los títulos  Mi íntima multitud (Visor, 2010) y  El ojo de la mujer (Visor, 2015). Hablar de una "íntima multitud" es hacerlo de las causas colectivas que una hace propias, y que, como tal, configuran nuestra manera concreta de entendernos en tanto a individuas, pero también supone un reconocimiento de grupo, una estrategia de posicionamiento y de comprensión del lugar que ocupan nuestros cuerpos de mujeres en una sociedad de estructura patriarcal. De esta conciencia participan las protagonistas de Sofía de los presagios (Txalaparta, 1991) y La mujer habitada (Txalaparta, 1990): Sofía y Lavinia son, en sus respectivas historias y contextos, mujeres que se saben rechazadas por su entorno por rebelarse contra las imposiciones de los estigmas de género, de sexo, de clase y, en el caso de Sofía, también de raza.

Las mujeres de Gioconda convierten su propia autorreflexividad en nuestra, en la de todas y cada una de nosotras, y me explico: se piensan a ellas mismas desde la ubicación de su contexto y logran que nosotras, al leerlas, nos pensemos en el nuestro, en los nuestros. Las mujeres de Gioconda son mujeres reales, pese a no ser de carne y hueso. Nos ponen voz, nos encarnan, nos cuentan los significados de ser mujer habitada en sociedades misóginas cuyas estructuras nos relegan y objetualizan, nos piensan con nuestros cuerpos violentados ocupando los espacios públicos que los violentan. Itzá, la voz indígena que conforma la otra entidad del relato de La mujer habitada en forma de espíritu que habita en el naranjo del jardín de la casa de Lavinia, observa desde un criterio atemporal: "Las mujeres parecen ya no ser subordinadas, sino personas principales. (…) Me pregunto cuánta ventaja puede haber en esto" (1990, 31). Cuando su espíritu habitaba en su cuerpo de mujer se sabía supeditada a la voluntad y orden de los hombres (los de su tribu o los invasores, sin distinción) y ahora, que ha despertado del letargo habitando el cuerpo de un naranjo, comprende que la figura de la mujer desempeña un papel social con mayor independencia, pero bien deja intuir que esto es solo una apariencia.

2.- Hacia un feminismo autóctono.

El empoderamiento se ha construido conceptualmente en torno a los postulados del feminismo occidental, del cual Lavinia participa enormemente en los comienzos de la novela. Itzá, en tanto que voz indígena, actúa deconstruyendo ese canon occidental en pos de conectar la circunstancia de la mujer centroamericana con sus raíces, que nada tienen que ver con Europa ni con su ombligo. Así, la novela está estructurada mediante capítulos intercalados en los cuales se advierten dos voces narradoras: una tercera persona ajena, una "voz en off" que va contando la historia de Lavinia, e Itzá, narradora autónoma, que habla desde sí misma para Lavinia y para les lectores. Esta dualidad permite la conversación entre los capítulos, de tal forma que Itzá – aparte de ser un personaje co-protagonista – se convierte en el instrumento que Gioconda Belli utiliza para deconstruir los postulados del feminismo blanco para, así, edificar unos nuevos que se adecuen a la circunstancia histórico-política de las mujeres centroamericanas. A este respecto, Rose Marie Galindo señala, en su artículo sobre este mismo tema (2):

Como la moda hippie, la música rock, la marihuana y la arquitectura salida de revistas como House&Garden, signos de la "modernidad…de principios de los 70" (Belli, p. 9), este feminismo aprendido en Europa es inscrito por Belli en su texto como otro producto cultural de exportación de los centros de poder (Galindo, p. 92).

Galindo hace hincapié en el uso de la intertextualidad que emplea Belli para señalar las deficiencias del feminismo blanco en el contexto centroamericano. No procede aquí detenernos a desglosar su análisis, pero sí quisiera resaltar algunas cuestiones. En su artículo, Rose Marie muestra cómo Lavinia encarna los postulados que Virginia Woolf prefijó para la mujer empoderada en A Room of One's Own (la libertad, el espacio propio, la autosuficiencia), y cómo Gioconda, a través de su personaje que es también una especie de alter-ego, los contextualiza dentro de la realidad social y política de Nicaragua (para ello Belli inventa un lugar ficticio al que llama Faguas). Afirma que es a través de las diferencias entre Woolf y Belli que esta puede establecer un diálogo crítico con Virginia, "y construir un feminismo que, sin romper definitivamente los principios woolfianos liberales, se adapte a la realidad nicaragüense y conceptualice la problemática de sus mujeres" (Galindo, p. 91).

Esto resulta enormemente importante en la construcción narrativa de la obra. Lavinia es una niña-bien, que le dicen, procedente de una familia burguesa de situación social y económica acomodada que entiende que su búsqueda de la independencia y autonomía son alardes de rebeldía y macarrismo. A los ojos de una lectora como yo (europea, cis, blanca, y con otro montón de cualidades y privilegios sobre muchas compañeras), Lavinia perfectamente puede encarnar el ideal de mujer empoderada, pues se deja bien claro, desde el inicio de la novela, su rechazo hacia el statu quo y las órdenes del sistema patriarcal imperante (cásate/domestícate – ten una familia – sé ama de casa/no opines/no pienses/no rechistes). Ella, con veintitrés años y recién llegada de Europa, se va a vivir sola a la que fuera la casa de su tía Inés y encuentra un trabajo como arquitecta, y, al principio, todas (o casi todas) podemos ver en su lucha contra el sistema un reflejo de nuestras propias luchas. Pero es esta figura canónica del feminismo blanco la que se va deconstruyendo: Lavinia empieza a mirar a su alrededor y se encuentra con la miseria y la dictadura, que siempre estuvieron ahí, aunque a ella no le afectasen. Es decir: empieza a cuestionar su feminismo de clase.

En toda esta toma de conciencia, Itzá se presenta como la otra voz, la de la conciencia ya adquirida, la de la experiencia sabia:

¡Ah!, cómo hubiera deseado sacudirla; hacerla comprender. Era como tantas otras. Tantas que conocí. Temerosas. Creyendo que así guardaban la vida. Tantas que terminaron tristes esqueletos, sirvientas en las cocinas o decapitadas cuando se rendían de caminar o en aquellos barcos que zarpaban a construir ciudades lejanas, llevándose a nuestros hombres y a ellas para el descargue de los marineros (BELLI, 1988, 73)

(…)

¡Ah! ¡Cómo duda! Su posición se lo permite. Piensa demasiado. Son tupidas las vendas sobre sus ojos. En nuestro tiempo, cuando llegó la guerra, muchas mujeres debieron despertar, reconocer la desventaja de haberse pasado tanto tiempo cultivando el ocio y la docilidad (BELLI, 1988, 126).

Siento cierta debilidad hacia la expresión "cultivar el ocio y la docilidad" por ser una síntesis semántica de lo que ha significado ser mujer, habitar como mujer, en tanto a construcción de roles y géneros y también de las identidades femeninas (recordemos que el adjetivo "femenina" no ha de usarse como "relativo o que concierne a las mujeres", y por ello aquí lo empleo con el significado que alude al constructo cultural y social de la figura de la mujer). "Cultivar el ocio y la docilidad" es la tarea en la que se nos instruye desde niñas, y en ese "reconocer la desventaja" radica nuestro grito. Las estructuras del patriarcado son endémicas, opresoras de cuantos sujetos escapan a sus normatividades y exigencias. Cultivamos el ocio y la docilidad no por naturaleza, no por cuestiones biologicistas, sino por imposición sistémica de sumisión y celibato. A este respecto, lo que Belli hace es reconocer la desventaja, sabernos oprimidas y poner en boga que, si bien el patriarcado es un virus común, no afecta a todas del mismo modo ni con las mismas armas. De ahí que se manifieste el carácter foráneo del feminismo del "cuarto propio", cuyos postulados de independencia, libertad creadora, autonomía y desligamiento de la voluntad del hombre son insuficientes en contextos de pobreza, dictadura y desigualdades de clase y raza.

3.- "Nosotras no parimos, nosotras decidimos".

"Lo que yo creía que era mi rebelión me parece insulsa" (1988, 134),  confiesa Lavinia a Sebastián. Galindo, en su artículo, menciona el episodio del aborto clandestino de Lucrecia, la doméstica de Lavinia, como un ejemplo claro de la deficiencia del feminismo woolfiano en el contexto centroamericano, y a mí me gustaría traerlo aquí nuevamente para clarificar todo este asunto del que hablamos. Lucrecia se ausenta reiteradamente de sus tareas de limpieza de la casa de Lavinia, la cual se extraña y acude a verla. Para llegar a su casa, se mete en un barrio de chabolas y calles sin asfaltar, niños descalzos y gentes que observan su coche con asombro. Al llegar a la casa de Lucrecia (quien, también consciente de su estatus inferior, no ha dejado de llamar a su jefa niña Lavinia por mucho que esta le haya insistido), se la encuentra postrada, con una gran hemorragia y grandes fiebres. Quiere llevarla al hospital con urgencia pero Lucrecia se niega: si alguien se entera de su aborto, la encarcelarán. Lavinia, entonces, piensa en su amiga Flor, enfermera y militante del Movimiento de Liberación Nacional (3), para realizarle una curación clandestina. Galindo habla acertadamente de que el aborto de Lucrecia no responde a cuestiones de ideología o de rechazo del rol materno, sino a la pobreza y la ausencia de medios de crianza y subsistencia.

(…) No quería tener el niño – dijo –. El hombre había dicho que no contara con él y ella no podía pensar en dejar de trabajar. No tendría quién lo cuidara. Además quería estudiar. No podía mantener un hijo. No quería un hijo para tener que dejarlo solo, mal cuidado, mal comido. (BELLI, 1988, 173)

Lucrecia prefiere morir que parir. Cuando Flor se la lleva en la camilla de urgencias, tranquiliza a Lavinia diciéndole que allí hay médicos que están acostumbrados a situaciones como esa, que hay "miles de casos parecidos". Mientras espera, Lavinia observa los pies de las gentes que están también en la sala y analiza su tosquedad, su apariencia desgastada y maltratada, sus zapatos "de puntas cortadas para adaptarse a los dedos de sus nuevos dueños", y se da cuenta de que ella no pertenece a ese grueso de la población.

Era terrible situarse, con solo buenas intenciones, en ese mundo dividido arbitrariamente. Cargar con privilegios frente a la injusticia, sentirse marcada por la riqueza como por un herraje que la separaba de los dueños de las manos y los pies toscos, de aquellas mujeres yaciendo en las camas con las entrañas desangradas por abortos mal practicados, o acurrucando niños que, como ella, no habían escogido dónde nacer y que, por el azar de los nacimientos y las desigualdades sociales, crecerían en cuartos oscuros, olorosos a trapos sucios, hacinados al lado de hermanos y padres y madres (BELLI, 1988, 177).

Itzá, por su parte, juega la carta de la sororidad de forma muy empática: apoya y acompaña el relato del aborto de Lucrecia contando cómo las mujeres de su tribu, incluida ella, se negaron a parirles hijos a los conquistadores españoles. Se adueñan de su cuerpo con plena consciencia de la significación de su decisión y su consecuente rechazo del placer carnal y el deseo. La dimensión micropolítica de la anécdota es evidente y muy significativa. Decidir para con nuestros cuerpos es un acto político, y desde esta óptica de la mujer como ser gestante se reabren eternos debates como la legitimidad del aborto (si es que puede caber una opción de "ilegitimidad") o la primacía de la reproductividad del cuerpo de la mujer (como si solo fuéramos mujeres las cis y como si fuese asunto público la reproductibilidad de nuestros úteros).

4.- Lo público y lo privado: Flor y Sara.

En este marco, el personaje de Itzá "sienta las bases de una tradición feminista y revolucionaria en suelo nicaragüense al introducir otras categorías como la etnia y la opresión cultural, además del género, en la conceptualización del sujeto femenino" (Galindo, 1997, 93), pero también son importantes los papeles que juegan Flor y Sara, antagónicos, ambas amigas de Lavinia y partícipes de su empoderamiento.

Por un lado, Sara representa el rol de la mujer del espacio doméstico, sumisa, perfecta ama de casa y esposa de vida acomodada, apacible, incuestionada e inmutable ante las injusticias de su alrededor. Aplica el comportamiento que sigue la idea del me-da-lástima-pero-a-mí-no-me-afecta-así-que-no-me-meto. Por el otro, Flor es la imagen de la mujer guerrera, fuerte, de ideas claras y valientes que, por haberse visto sometida, se quiere combatiente. En una conversación cotidiana, Sara y Lavinia comienzan a hablar sobre el espacio doméstico, clara conquista espacial de las mujeres según el punto de vista de Sara, quien le hace ver a Lavinia que en el espacio de una ama de casa, el marido es el mayor extraño: "creo que no hay otro lugar donde sean menos importantes, aunque todo parezca girar a su alrededor" (1988, 181). Lavinia le refuta, como era de esperar, a lo que Sara, categórica, responde: "Lo que pasa es que nunca hemos ejercido ese poder como poder, sino como sumisión" (1988, 181). Esto tiene que ver con el eterno debate acerca de la habitabilidad de los espacios y sus binomios inseparables: espacio público-hombres; espacio privado-mujeres. Sara subvierte estas ecuaciones desde su asimilación. Sabiendo que el espacio privado, es decir, el doméstico, con todo su rol y responsabilidad, le pertenece; hace de él el territorio de su primacía.

Flor, sin embargo, invade los espacios públicos, ocupa posiciones (y ello hace que se la entienda como "menos femenina"); pero, a su vez, es cercana, íntima, sensible y protectora. "Cada uno de nosotros carga con lo propio hasta el fin de los días. Pero también construye" (1988, 235), le dice a Lavinia ante su búsqueda de nueva identidad. Me gusta enlazar esta idea de Flor con la que la tía Inés le regala a Lavinia al inicio: "hay que aprender a ser buena compañía para uno mismo" (1988, 23). Me parece que el empoderamiento nace de la simbiosis entre estas dos ideas: asumir, reconocer, construir, aprender, acompañar y acompañarse. Flor representa estas búsquedas y sus puntos de encuentro.

5.- Heteronormatividad, subversión, conquista: Felipe y Yarince.

Con Flor es con quien Lavinia habla acerca de Felipe (su pareja, también militante del Movimiento de Liberación Nacional), figura que encarna la imagen del hombre-héroe valiente y musculoso de tendencias paternalistas y patriarcalistas, que quiere de su mujer que sea la "ribera de su río". Lavinia se muestra en todo momento plenamente consciente de esta actitud y se piensa inmiscuida en ella:

No quería hacer de Felipe el centro de su vida; devenir en Penélope hilando las telas de la noche. Pero aun a su pesar, se reconocía atrapada en la tradición de milenios: la mujer en la cueva esperando a su hombre después de la caza y la batalla, amedrentada en medio de la tormenta (…) (BELLI, 1988, 110)

Aquí también se pueden establecer análisis sobre las relaciones heteronormativas y sus formas de fluctuar en torno a estos binomios a los que me refiero. Lavinia no hace partícipe a Felipe de su decisión de integrarse en el Movimiento porque sabe que Felipe la prefiere al margen, entenderla como el reposo del guerrero, como bien señala Flor: "la mujer que lo espere y le caliente la cama, feliz de que su hombre luche por causas justas, apoyándolo en silencio" (1988, 118) Gabrielle Croguennec-Massol (4) señala la inversión de papeles que supone la decisión de Lavinia, recuperando una de sus reflexiones más conscientes:

No le diría nada, decidió. Lo apartaría del ámbito de sus decisiones, lo condenaría –como hacía él– al margen de la página, a estar ausente él también de uno de los nudos de la vida de ella; a la ignorancia inocente, tan común en la historia del género femenino (BELLI, 1988, 121)

A través de la figura de su pareja, el guerrero Yarince, y de la historia de su lucha contra los españoles, Itzá, de nuevo, es quien se encarga de hacernos ver que este silenciamiento masculino hacia las mujeres es asunto que resolver desde hace siglos. En una conversación con Flor acerca del "machismo contradictorio" (yo lo calificaría de estructural) de Felipe, Lavinia se pregunta: "¿Cómo creer tan fervientemente en la posibilidad de cambiar la sociedad y negarse a creer en el cambio de los hombres?" (1988, 286). Flor le dice que "es mucho más complejo", y creo que todas podemos estar de acuerdo con esta dificultad.

- Conclusión: Lo micropolítico de cuidarnos.

Quiero recuperar de nuevo a Flor y la intimidad con la que habla del miedo del empoderamiento que tan colectivo es en las causas feministas. Flor habla de cómo aumenta nuestro miedo conforme aumentan nuestras responsabilidades individual y colectiva, y de la necesidad de superarlo. "Teóricamente sabés que debés luchar por iguales posiciones de responsabilidad, la cosa es, cuando ya tenés la responsabilidad, perder el miedo a ejercerla…" (1988, 245). Me parece que en esto consiste también habitarnos. El miedo, como la responsabilidad, es nuestro y es de todas. La conciencia política no reside únicamente en las manifestaciones o en la toma de las calles, hay que encontrarla también en nuestras afrentas, nuestras decisiones y nuestro propio posicionamiento corporal en un espacio social de opresión. Empoderarse es un acto, sobretodo, micropolítico, sabernos con las garras fuera y las presiones dentro. Asumir que, a veces, preferimos ceder y rendirnos, como Lavinia, por propio cansancio o puro miedo. Una se hace a sí misma a la vez que nos hacemos entre todas, y aquí radica la raíz del habitar y lo reflexivo de habitarse. Itzá lo sabe:

Se debate con las contradicciones. Uno y otro día la he sentido bambolearse sin poder evadirse, sin poder huir, asomándose como quien contemplara un precipicio. (…) (…) que puedo espantar su miedo oponiéndole mi resistencia. Sé que habito su sangre como la del árbol, pero siento que no me está dado cambiar su sustancia, ni usurparle la vid. Ella ha de vivir su vida, yo sólo soy el eco de una sangre que también le pertenece (BELLI, 1988, 112).

Habitarnos, entonces, como sangres que nos pertenecen, y a las que pertenecemos.


- Notas.

(1) BELLI, G. La mujer habitada. Txalaparta, 1990 (pág. 11)

(2) GALINDO, R. M. "Feminismo e intertextualidad en La mujer habitada de Gioconda Belli", en Confluencia, nº13, 1997, University of Northern Colorado (pp. 88-98).

(3) El Movimiento de Liberación Nacional es la ficcionalización del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), movimiento guerrillero clandestino que combatió duramente la dictadura somocista y del que la propia Gioconda Belli tomó participación, motivo por el cual tuvo que exiliarse hasta el triunfo de la Revolución Sandinista en 1979.

(4) CROGUENNEC-MASSOL, Gabrielle: "Mujer, guerrilla y machismo en La mujer habitada de Gioconda Belli. Una construcción literaria a partir de las ideas del Che Guevara" en Horizontes sociológicos nº3, 2013.


- Bibliografía y webgrafía.

● BELLI, Gioconda:
 La mujer habitada. Ed. Txalaparta, 1988.
 Sofía de los presagios. Ed. Txalaparta, 1991.
 El país bajo mi piel: memorias de amor y guerra. Ed. Txalaparta, 2005.
 El ojo de la mujer. Visor de poesía, 2015.
 Mi íntima multitud. Visor de poesía, 2003.
        
● CROGUENNEC-MASSOL, Gabrielle:
 "Mujer, guerrilla y machismo en La mujer habitada de Gioconda Belli. Una construcción literaria a partir de las ideas del Che Guevara" en Horizontes sociológicos, nº3, pp. 82-87, 2013.
 "Mujer comprometida, mujer guerrillera en Línea de fuego de Gioconda Belli" en Revue Miroirs [En línea], 4 Vol.1. Fecha de consulta: septiembre de 2019.

● FARIÑA BUSTO, María Jesús:
 "Una mujer con la cabeza llena de palabras. Gioconda Belli: escribir como testiga" en Hisperia: Anuario de filología hispánica, VII, 2004. [En línea]. Fecha de consulta: septiembre de 2019.

● GALINDO, Rose Marie:
 "Feminismo e intertextualidad en La mujer habitada de Gioconda Belli" en Confluencia, Vol. 13, nº1 (FALL 1997), pp. 88-98.  [En línea]. Fecha de consulta: agosto de 2019.

● NOWAKOWSKA, María:
 "El espejo en La mujer habitada de Gioconda Belli" en Actas XIII Congreso AIH (Tomo III), Centro Virtual Cervantes. [En línea]. Fecha de consulta: agosto de 2019.