La búsqueda o nostalgia de la belleza en 'Trilogía del infinito' de Angélica Liddell

Reseña de Trilogía del infinito, de Angélica Liddell


Por Willow

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- Introducción.

 

Trilogía del infinito es un camino trágico en busca de la belleza, en torno a la pregunta por la belleza y, de alguna forma, dentro de la belleza. La obra de Liddell ofrece una apertura a un delirio sagrado en el que la moral y la censura quedan muy por debajo. No hay ataduras, coacciones lingüísticas o éticas, solo la aspiración de una creyente que quiere acercarse a Dios.

 

Podría recomendar este libro a cada persona que pasa por la calle pero hay que matizar. Hay quien podría ofenderse por el contenido que se nos presenta, por la manifiesta falta de pudor y la presencia de elementos explícitamente sexuales o grotescos. En mi caso, siempre animaré a todas las lectoras a adentrarse en este texto y dejar que nos incomode todo lo que deba, que nos inquiete, nos enfade, nos excite. Abrirse a Liddell es una experiencia religiosa. 

 

1.- El libro.



En la obra se alternan la escritura en verso y en prosa, el género lírico, narrativo e incluso epistolar. La encontramos dividida en tres partes: «Esta breve tragedia de la carne», «¿Qué haré yo con esta espada?» y «Génesis VI: 6-7». Estas tres partes convergen en una misma unidad debido a la continuidad de los temas que tratan, intercalándose, siguiéndose, enredándose. Todas ellas tienen un estilo muy marcado por el aspecto dramatúrgico de la autora, parece que estuvieran escritas para ser leídas en voz alta, a excepción de la última, en la que encontramos poemas de tres, cuatro o cinco versos que parecen más bien imágenes arrojadas y no tan sujetas a un hilo narrativo. Liddell establecerá como eje principal la pregunta por la belleza, por lo que cada uno de los temas que trata son tentativas de esta búsqueda que es, en realidad, nostalgia. Las odas que escribe acerca de asesinos en serie, caníbales, su condena del sexo femenino y adoración del masculino, la obsesión enfermiza hacia un hombre, la presencia de animales muertos y la importancia de la carne no dejan de ser intentos de alcanzar algo mucho más elevado.

 

2.- La autora.



Angélica Liddell nace en Figueras en 1966. No solo se ha dedicado a la escritura sino también al teatro, como dramaturga, actriz y directora de escena. Ha sido obsequiada con varios premios, entre los que destacan el Nacional de Literatura Dramática y el León de Plata de la Bienal de Teatro de Venecia. Algunas de sus obras más destacadas son La casa de la fuerza, ¿Qué haré yo con esta espada?, Una costilla sobre la mesa, Mi relación con la comida, etc.

Desde pequeña mostraba predilección por las tragedias y su nombre artístico lo tomó de la Alicia Liddell de Lewis Carroll. A lo largo de su obra vemos influencias de filósofos como Nietzsche y Kierkegaard, de la mitología griega y los textos bíblicos, y de figuras literarias del calibre de Artaud, Pasolini y Sade. La lectura de estos autores se refleja en su obra a través de su concepción de la muerte y el amor, la relación entre violencia y arte, la reflexión acerca del cristianismo, el perdón y la misericordia. 

     

3.- Principales temas del texto dramático.

 

3.1.- Lo grotesco, siniestro o macabro.

Angélica Liddell hace uso de elementos que podríamos categorizar como grotescos, siniestros o macabros en su obra. Ejemplo de ello es el caníbal Sagawa o los asesinos Ted Bundy y Jeffrey Dahmer. El crimen en esta obra tiene un carácter sagrado, ritual, sacramental. En ocasiones acompañados de referencias mitológicas, estos asesinatos se presentan como una manifestación de lo bello por ser experiencias límite. Las escenas perfectamente descritas de asesinatos, el deseo de ser víctima o quien comete el crimen provoca sensaciones contradictorias pero increíblemente intensas. Podríamos preguntarnos acerca de si es correcto en un sentido moral este modo de romantizar o estetizar estos hechos. Sin embargo, podemos comprenderlo a través de la concepción de la autora acerca del mal como una concentración excesiva de sufrimiento. Acerca del mal nos dice:

«Lo abordo desde un punto de vista íntimo, hipermoral, literario, por encima de la moral, no desde una mirada social. El primer herido fue el diablo. Es la mayor concentración de sufrimiento. El sufrimiento solo encuentra salida en el arte y el crimen» (entrevista a Angélica Liddell en El Cultural).

 

3.2.- El sexo y la violencia.

«Ante ti tengo la sensación de no haber nacido nunca.
Cada vez que te miro me tumbo y padezco deshabitada.
Llevo el pelo lleno de moscas que no pueden salir.
Y para escapar de la consternación
te imagino vertiendo piezas de oro en mi delantal azul,
eyaculas verdadero oro.»
(Trilogía del infinito, Angélica Liddell)

Aunque no es de sus obras más explícitas sexualmente, sí que es un elemento recurrente. La falta de pudor en estas narrativas no es casualidad,  se trata de una afrenta a una concepción puritana del sexo, restrictiva en algunos sentidos, que censura aspectos y prácticas sexuales que podrían pensarse como perjudiciales (piénsese, por ejemplo, en el BDSM). No obstante, escribe el deseo sin ataduras, sin decoro, lo escribe tal y como se da, escapando a concepciones mucho más encorsetadas y socialmente más aceptadas. Liddell rompe todas las barreras y ofrece una descripción cruda del placer, de todo lo que implica, de toda la violencia que puede conllevar entregar el cuerpo.

Su punto de vista no resulta conflictivo solo en cuanto a la relación sexual en cuanto tal se refiere, sino también en cuestiones de género. Esto es, una vez más, su forma de hacer gala de su falta de autocensura.


3.3.- La búsqueda de la belleza.

«Si el animal no se desangra en quince segundos,
     sufrirá.
Ningún gesto es hermoso sin sufrimiento»
(Trilogía del infinito, Angélica Liddell)

El eje sobre el que se construye la obra, el hilo conductor que hilvana los asesinatos y los fragmentos bíblicos con la adoración a lo masculino y los animales muertos, es la pregunta por la belleza. La pregunta, que podría pretenderse meramente poética por encuadrarse en esta obra, tiene una profundidad filosófica muy marcada, tanto que podríamos hablar de ésta como una cuestión metafísica. Para Liddell, la belleza es algo que quedó atrás, un concepto prehistórico, por la que sentimos una infinita nostalgia y a la que queremos volver como al vientre materno. La belleza es previa a la humanidad, previa a toda mirada, es una idea límite en tanto que se nos escapa a cada paso que avanzamos hacia ella. La belleza es siempre un horizonte en huida. Por lo tanto, el propósito de la obra queda siempre frustrado, la belleza siempre será un asesinato de toda posible esperanza por llegar a ella. O, simplificando, la belleza siempre será un asesinato. En este sentido, hablar de la belleza es hablar siempre en un sentido trágico, por nombrar lo que se escapa a cada paso y de la que solo tenemos instanciaciones, pequeñas apariciones emergentes que nos hacen patente algo que estuvo y que, de alguna manera, aunque sea en tanto que ausencia, aún está. La belleza aparece como la luz que se filtra a través de una vidriera: viva, presente, intocable. 

 

- Conclusión.

 

La obra de Liddell se erige sobre este tipo de conceptos: la belleza, el sufrimiento, el sacrificio. Tanto es así que en muchas ocasiones pareciera que habla de una y la misma cosa (así como ocurre cuando nombra a Dios). Sin embargo, no se da de este modo. El sacrificio que se hace en favor a la belleza (como vemos en sus obras dramatúrgicas plagadas de autolesiones y violencia) es una revalorización del sufrimiento como la vía para alcanzar un estado catártico. En este sentido, Liddell obedece a una escritura similar a la de las tragedias griegas en el sentido aristotélico, es decir, buscando causar tal excedente emocional en el espectador o en el lector que nos sobrepase. Y, permítanme la licencia, lo logra con creces.

Intentar alcanzar la belleza es entregarse a un sacrificio a sabiendas de lo que supone. La poeta, la actriz, la escritora, lo es a sabiendas de la pérdida constante que esto supone, pero con una retribución inmensa: instanciar en sí misma la belleza por un instante.  Porque es así: solo podemos llegar a ella durante un instante, justo aquel en el que ya nos está dando la espalda para marcharse. El sacrificio, en definitiva, es la única forma de conservar lo que se ama. Así como Abraham fue llamado a matar a Isaac, somos llamadas a matar lo bello como único modo de mantenerlo vivo. En definitiva, acercarse a esta obra es acabar con algo menos o con algo más, pero nunca se sale indemne.

 

- Bibliografía.

 

LIDDELL, Á. (2016). Trilogía del infinito; Segovia: La Uña Rota.

 

OJEDA, A. (9 octubre, 2022), “El amor, el crimen y el arte representan la impotencia de la razón”, El Español, https://www.elespanol.com/el-cultural/escenarios/teatro/20221009/angelica-liddell-amor-crimen-representan-impotencia-razon/708429283_0.html